¿PODEMOS CAMBIAR REALMENTE?

Conversando con una siquiatra en una reunión informal, le hice una pregunta sobre cuán irreversible es el trabajo que uno puede hacer sobre el control del carácter, y sobre si es posible superar defin...

| Mario Requena Pinto Mario Requena Pinto
Conversando con una siquiatra en una reunión informal, le hice una pregunta sobre cuán irreversible es el trabajo que uno puede hacer sobre el control del carácter, y sobre si es posible superar definitivamente las taras que uno tiene relacionadas con la forma de ser y la manera de interactuar con los demás. Su repuesta fue inquietante: Es posible controlar las fallas que uno tiene, y para ello se necesita un trabajo continuo y permanente, sin embargo es casi imposible superarlas definitivamente, cuestión que se corrobora cuando uno observa cuán fácil es tropezar de nuevo con la misma piedra, y peor aún, en la medida que el ser humano envejece y afloja su esfuerzo de autoformación, la comprensión, la apertura a los demás, la sabiduría y la paciencia ejercida en los años de madurez tienden a convertirse en particularidades exactamente opuestas. En otras palabras, siguiendo la opinión de esta siquiatra y haciendo una analogía con la parábola del sembrador, pareciera que lo que sembramos en nuestros mejores momentos de crecimiento personal y espiritual, irremediablemente caerá sobre las espinas y piedras que abundan en nuestra alma o sobre el borde del camino que representa las infinitas distracciones y tentaciones que tenemos en este estilo de vida postmoderno. Recordemos que en la parábola del sembrador Cristo nos enseña que su palabra se dirige indistintamente a todos y que El siembra en todos los terrenos y direcciones. Así, no diferencia entre rico y pobre, erudito y tonto, haragán y aplicado, valiente y temeroso. Y, a pesar de que conoce el porvenir, pone de su parte y de manera permanente, todo lo necesario para que nadie deje de escuchar su palabra. Además, el Señor dice esta parábola para alentar a sus discípulos y educarlos a fin de que no se dejen abatir aunque los que acojan la palabra sean mucho menos numerosos que los que no le hacen el menor caso. Continuando con la analogía, la siquiatra de marras me estaría entonces diciendo que no sirve esparcir semilla sobre las espinas y piedras de mi alma, o al borde del camino que es ese mundo postmoderno que me atrae hacia él como un agujero negro; sin embargo, dicha afirmación "siquiátrica" no hace alusión a la semilla que cae en buena tierra y que da fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno, permitiendo de esa manera compensar de manera más que suficiente a toda aquella semilla perdida que cayó en terreno inadecuado y, por lo tanto, no dio fruto. Más aún, nosotros los cristianos creemos que el fruto de la semilla que cayó en tierra buena puede llegar a convertir la piedra en terreno fértil o hacer que el camino no sea pisado por los viandantes. O que las espinas sean arrancadas para dar lugar a la libre fructificación del grano. En Schöenstatt a eso lo llamamos la Ley de la Puerta Abierta y la Resultante Creadora, y creemos firmemente que la pedagogía mariana nos lleva a superar definitivamente nuestras peores taras, o al menos a que nuestras cosas buenas se sobrepongan y minimicen nuestros defectos. Si esto no fuera posible, el Sembrador no habría esparcido en nuestras almas su grano tal como lo hizo. Lo que nos lleva a una pregunta de por sí inquietante: ¿Si la ciencia siquiátrica no cree en Dios, qué esperanza de felicidad le da a sus pacientes? Mario RequenaBolivia
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