Nunca es demasiado tarde

Nuestro columnista Mario Requena se despide de los lectores de SchVivo, con un sentido y anecdótico texto relacionado con la Navidad. En él nos habla de costumbres familiares, balances de fin de año y ejemplos de vida a seguir. "Siempre hay que reír y encontrar humor en las cosas que nos pasan; siempre hay una experiencia positiva de las cosas que nos suceden, por más malas que éstas sean".

| Mario Requena Mario Requena

Llegaron nuevamente la Navidad y el fin de año con el ajetreo de siempre y además, por lo menos en mi caso, con el pensamiento y la inquietud de notar que ya se fue el año, para variar más rápido que el anterior. Hay muchas cosas que traté de hacer, otras tantas que simplemente no hice y, a Dios gracias, hay también muchas cosas que logré hacer y que fueron satisfactorias. De tal manera, en el balance final uno puede levantar una copa de vino y despedir con alegría el Año Viejo y saludar con ánimo y esperanza el año que empieza.

Como una forma de revisar el año, en casa estamos tratando de implementar una costumbre que consiste en que, antes de abrir los regalos que están puestos bajo el árbol navideño, cada uno le escriba una carta al niño Dios, ofreciéndole como presente algo que nosotros trataremos de cumplir durante el año que empezará y que está relacionado con hacer cosas que nos hagan mejores personas. Escritas las cartas, se las mete a un gran sobre, se lo cierra y se lo deposita al pie del árbol. La carta se guardará junto con los adornos de Navidad y se la abrirá la siguiente Nochebuena, antes de repartir todos los regalos y, al leerla, en un momento de meditación en familia, veremos si "le cumplimos" al niño Dios, siendo entonces ése el regalo que cada uno de nosotros le hará en la próxima Navidad.

La idea no es mía y es una costumbre que tenía una familia norteamericana que conocí y que nosotros estamos tratando de implementar en nuestra propia familia, con el ánimo de compensar el ambiente comercial y poco espiritual de la Navidad que vivimos todos.

Ojalá que algunos de los lectores quieran también instituir en sus familias ese pequeño rito navideño. Les aseguro que no se arrepentirán.

Recuerdo también una historia que se contaba en esa familia sobre una tía Jamie que había vuelto a la universidad cuando tenía 76 años. Por las cosas que contaban sobre ella, la señora era simplemente extraordinaria. Se destacaba, entre todas sus virtudes, la alegría que tenía de vivir a pesar de que su vida no había sido fácil y de que no había tenido la fortuna de estudiar en la universidad. Sin embargo, cuando gozó del tiempo y dinero suficientes, o sea cuando ya era anciana, decidió sacar adelante su educación universitaria sólo por el gusto de cumplir un sueño.

Jamie era una persona tan interesante que una vez, al final de un semestre, un grupo de alumnos que se reunía por algún motivo que se dijo pero que no recuerdo, le invitó a dar un discurso motivacional y ella indicó varias cosas que siempre me vienen a la mente, en particular cada fin de año. Lo primero es que uno no deja de jugar porque se vuelve viejo, sino todo lo contrario: uno se vuelve viejo porque deja de jugar y deja de enfrentar la vida sonriendo.

Ella decía que había que reír y encontrar humor en las cosas que a uno le pasaran, que siempre había una experiencia positiva de las cosas que, por más malas que fueran, nos sucedieran. También decía que había una gran diferencia entre envejecer y crecer. Para envejecer no se necesita tener nada especial; en cambio, para crecer se necesita tener ganas de vivir y de aprender cosas nuevas, siendo lo más importante que uno puede crecer hasta el último día que le toque vivir en este mundo.

Otra cosa que dicen que decía la tía Jamie, es que deberíamos vivir tratando de que, cuando llegue nuestro tiempo, no tengamos ningún arrepentimiento por las cosas que dejamos de hacer, porque habremos hecho todo lo que era valioso e importante para nosotros.

También señaló que era muy importante no dejar pasar el tiempo sin que pidamos perdón a las personas que hicimos daño o sin haber perdonado a los que nos hirieron y que lo peor era irse a la tumba con rencor en el corazón.

La cuestión es que la tía Jamie terminó la universidad y al poco tiempo murió en armonía con el mundo que le tocó vivir, dejando una marca indeleble en la memoria de los que la conocieron. Su historia ahora la comparto con ustedes, en este tiempo de Adviento, porque pienso que gente como ella es la que hace que este universo siga girando en dirección a Dios. Creo que su ejemplo -y el de otros como ella- son los que nos animan a seguir adelante, haciendo nuestra pequeña parte para que este mundo sea cada vez mejor.

Finalmente y como despedida, les anuncio que he pedido a los editores un año sabático para poder reciclarme y enfrentar nuevos desafíos, así que no me verán por un buen tiempo.

Les deseo una feliz Navidad y que el año que viene recordemos las veces que más podamos a la tía Jamie.

Mario Requena
Adviento, 2012

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